Guárdame un lugar
- Karenlie
- 9 nov 2017
- 4 Min. de lectura
¿Alguna vez le has pedido a alguien que te guarde un lugar, un asiento en alguna actividad porque vas tarde? ¡Qué bien se siente saber que alguien te está guardando un lugar! Cuando llegas, te hacen señales con las manos, o te envían un texto para que sepas dónde está tu lugar. Por muchos años, he luchado con el sentimiento de rechazo, de no tener un lugar, de no saber exactamente dónde pertenezco o qué papel me toca desempeñar.

Creo que empezó a temprana edad en el coro de mi iglesia. Me habían asignado un solo en una de las canciones, ¡mi primer solo! Había practicado toda la semana y cuando empezó el siguiente ensayo, estaba lista. Imaginarás mi sorpresa y dolor cuando, sin escucharme, el director del coro me dijo que yo no iba a cantar el solo, que lo haría otra niña. Tuve que aguantar con todas mis fuerzas durante el ensayo para no llorar. Tenía apenas como 8 años.
Esa historia se repetiría una y otra vez a lo largo de mi vida, tanto, que impactó la manera en que me veo y que a menudo me acerco a Dios: insuficiente. La realidad, es que ninguno de nosotros es suficiente, por eso Cristo vino, pero muchos luchamos con el sentimiento de que no somos lo suficientemente talentosos, aptos, dignos de recibir amor, de ser llamados, usados, etc. Para colmo, le añadimos que me expongo al rechazo constantemente por ser actriz. Cada audición es una oportunidad para trabajar o para ser rechazada otra vez. El corazón se debilita y la voz del enemigo sigue susurrando, "No eres suficiente, no hay un lugar para ti".
Imagina, con esa insuficiencia, esperar por la intervención de Dios en tus circunstancias. Pasan los meses y nada. Antes que lo sepas, pasa un año, dos, tres...imagina esperar 12 años. Así visualizo la vida de la mujer del flujo de sangre. ¡Ni siquiera sabemos su nombre, la conocemos por su condición! Si alguien se ha de haber sentido insuficiente, sería esta mujer. No puedo ni imaginar lo horrible que sería padecer de esto en esos tiempos bíblicos, donde las comodidades higiénicas no eran lo que hoy son. Ella lo había gastado todo en médicos, buscando alguien que la curara, que la ayudara, que quitara la vergüenza sobre su vida. Dice en Marcos 5:26 que ella "había sufrido mucho de muchos médicos". Tan solo imagina los procesos dolorosos a los cuales se habría expuesto en su desesperación.
Ella había escuchado de Jesús y los milagros que hacía pero, ¿quién era ella para que Dios la mirara? ¿Quién le iba a sacar una cita para hablar con Jesús? ¿Quién le abriría camino? La desesperación de su alma la impulsaba, Si tan solo logro tocar el borde de su manto...ese poquito, eso me bastaría. Mientras ella se abría camino hacia Jesús, otra historia se entrelazaba a la suya. Otra de 12 años, esta, la vida de una niña. Una niña que lo tenía todo por delante, pero una enfermedad lo amenazaba todo. ¿Tendría Jesús suficiente para ella? ¿Podría su padre convencerlo de venir a verla?
Fíjate lo diferente de la mujer y Jairo, el padre de la niña. Jairo, un principal en la sinagoga, alguien con puesto, con estima, se acercó a Jesús y se postró a sus pies. Sin embargo, la mujer se acercó "por detrás" (v.27). ¡Ni siquiera se atrevía a presentarse ante él! Tal era la magnitud de su sentido de insuficiencia...
En nuestra espera, en nuestra enfermedad, en nuestra insuficiencia, Jesús camina cerca. ¿Nos atreveremos a acercarnos, a pedir, así sea por las migajas que caigan de la mesa? (Marcos 7:28) ¿Habrá un lugar para mí?
Entre la multitud, se acercó un padre desesperado, haría lo que fuera por su hija de 12 años. Jesús, conmovido, se dirigió hacia su casa. Pero a pesar de que parecía que ahora sí sería imposible alcanzarlo para la mujer, ella persistió. Se abrió camino entre la multitud, sin importar la humillación y los empujones, se aferró a la bondad y al poder de Jesús, extendió su mano y tocó su manto.
¡Sana! En un instante, 12 años pasaron a la historia. Una respuesta al fin, una página nueva en su vida. A lo mejor imaginaba que su hazaña pasaría desapercibida, pero a Jesús no se le escapa ninguna. Él sabía que había salido poder de sí mismo. Él pudo haber seguido hacia la casa de Jairo, pero yo creo que había otra sanidad que todavía le faltaba hacer. Se volteó hacia la multitud y preguntó "¿Quién ha tocado mis vestidos?" Quería exponer a la mujer, quería darle un lugar.
En el verso 33, Marcos nos dice lo que pasó: "Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él..." ¿Te fijaste? Había venido por detrás, ¡pero ahora Jesús la ponía delante de él! Le guardó un lugar, con su amor incomparable le dio el valor que tanto había anhelado, "Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote" (v.34).
No sabemos qué pasó con la mujer después de esto, pero yo me atrevo a imaginar que su vida de insuficiencias quedó atrás, que se supo amada, que supo que Dios le estaba guardando un lugar todos esos años. Un lugar con Jesús, un lugar donde encontrar su libertad, salvación y sanidad.
La hija de Jairo también encontró sanidad, es más, ¡resurrección porque ya había muerto! Sin embargo, el poder de Jesús trae vida aún en los lugares de más oscuridad y mortandad. ¿Dónde te encuentras tú? ¿Vienes a Jesús por detrás? ¿Insuficiente? ¿O te acercas por al frente, a sus pies? En cada sitio, en cada circunstancia, hay un lugar para el que se acerca.
Esta palabra la tengo que recordar cada vez que el enemigo me dice, "No eres suficiente, Dios no tiene planes contigo, no le importas a Dios, ni a nadie". Tengo que recordarme que hay un lugar para mí, un lugar comprado con la sangre de Jesús, un lugar que él me guarda, frente a sus pies. Allí encuentro sanidad, allí encuentro paz. Con solo tocar su manto, con solo un destello de su altar, su suficiencia me cubre a mí.
Marcos 5:21-43