Junio 2017, Washington
Me levanté bien temprano en la mañana para guiar hasta la costa oeste de Estados Unidos. Quería visitar Rialto beach antes de guiar hacia las montañas en los últimos días que me quedaban en Washington. Ver el mar siempre es muy refrescante para mi alma caribeña y anhelaba la quietud de sentarme frente a las olas y escuchar y oler el mar. Para mi sorpresa, aunque el día estaba bien clarito, el mar apenas se veía por tanta bruma que levantaba el viento. Y hacía un frío "pelú". No podría quedarme mucho rato, pero decidí caminar un poco, por si de milagro veía una ballena.
Cuando me bajé del carro y di la vuelta, me encontré con esta magnífica escena que me dejó atónita. La luz que se percolaba entre los árboles creaba una sensación de mundo de fantasía. Esta foto no está editada en lo absoluto, y aún así, creo que no capta la belleza de esos segundos. ¡Qué asombrosa la creación de nuestro Dios! Me pregunto cuántas escenas como estas nos perdemos a diario. Como artista, me imagino a Dios deleitándose en crear momentos como este. Me sentí muy privilegiada de poder disfrutarlo.
De ahí continué al Hoh Rainforest. Ese día se me vació una llanta del carro, pero un buen samaritano me ayudó a cambiarla. El bosque era hermoso, pero yo seguía pensando en las ballenas. Caminé por el bosque como dos horas y continué mi
aventura.
Al continuar por la costa, todavía con bruma tan densa que a penas se veía el mar, estiraba el cuello para ver si veía algo desde el carro porque para llegar al mar había que caminar bastante y ya estaba demasiado cansada y tenía un golpe en un dedo del pie. Había orado por la ballena y ya casi se terminaba el tramo en la costa y me había resignado. Vi un área de acampar justo al lado del mar y decidí detenerme a mirar el mar por última vez.
TAN PRONTO me estacioné y miré hacia el mar, vi un movimiento en el agua. ¡Ballena! Salí corriendo y vi la ballena salir del agua como dos veces más. No pude tomar una buena foto, pero lo vi como un detalle de Dios para mi vida. Él sabe cuánto me encantan las ballenas, y le asignó a ésta la tarea de hacerme sonreír. Qué gran detalle, que en un mar tan grande, un día tan gris y un animal tan grande que pudo haber estado en aguas más profundas, Dios permitió que todo coincidiera con mi llegada al estacionamiento y el momento preciso en que miré al agua. De ahí partí hacia Mt. Rainier, pero eso es tema
para otro día...
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